Una de las premisas de las Mujeres que no se Rinden es que podamos tomar las riendas de nuestras vidas. ¿A qué me refiero con “tomar las riendas”?
Un jinete que conoce cómo montar a caballo sabe que debe utilizar las riendas para poder dirigirlo y enseñarle cuándo cambiar la velocidad. Si subimos a un caballo y lo dejamos que haga lo que quiera, sin tomar nosotras la responsabilidad de dirigirlo, vamos a estar “a merced” de lo que este hermoso animal tenga ganas.
Para explicar mejor a qué me refiero con tomar las riendas, te voy a contar un par de anécdotas. Cuando tenía 24 años nos fuimos de viaje con una amiga. Compramos un paquete que incluía varias actividades a realizar durante una semana en el sur. Éramos un grupo de unas 15 personas y una de las actividades era andar a caballo. Era la primera vez que cabalgaba sola. El guía nos indicó a cada uno qué caballo nos tocaba y nos explicó que las riendas nos permitirían manejar la velocidad a la cual queríamos ir en nuestro paseo. Mientras más sueltas las riendas, el caballo interpretaba mayor libertad. Sacudiéndolas hacia arriba y abajo un poquito, iba a ir empezando a moverse. Resulta que yo me entusiasmé. Empecé haciendo que camine, después solté un poquito las riendas y fue más rápido, luego solté más y más hasta que hice que el caballo corriera con ganas. Estaba feliz con mi caballo a rienda suelta, pero atrás venía mi amiga que me gritaba: “Lili paralo que el mío sigue al tuyo y me voy a matar!!!”. Fue el primero y hasta ahora único viaje de “aventuras” que hice con una de mis mejores amigas, marcó un antes y después en mi vida. Ese día hicimos una cabalgata al pie del volcán Lanín dejando en mi mente algunos de los paisajes más lindos que vi en mi vida.
Unos cuantos años después fuimos con mi marido y mis hijos a una de esas estancias en las que vas a pasar el día. Además de ir a comer comida típica Argentina (empanadas y asado), tenés la posibilidad de hacer también un paseo a caballo. Pero a diferencia del paseo que hice con mi amiga, esta es una vueltita por la estancia donde hay varios caballos que van caminando en fila. No hay mucha oportunidad de manejar la velocidad, está todo mucho más controlado porque en general hay muchos papás y mamás que suben con sus hijos chiquitos. Me acuerdo uno de los últimos años en el que fuimos los cuatro y, resulta que nos hicieron subir arriba de “Luna”, una yegua de un tamaño mediano. Íbamos con mi hijo más chico en segundo lugar en una fila de 10 caballos. La verdad la veía un poco “tranca” a nuestra yegua, me costaba hacerla avanzar atrás del primer caballo. Le pregunté a la guía si había algo que no estaba haciendo bien y me dijo: “olvidate, Luna te va a dejar última, ¡es una vaga!”. ¡Y tenía razón! Apenas empezaban a salir todos los caballos en fila del establo y ella iba caminando leeento dejando pasar a todos los otros caballos, y de a poco nosotros íbamos quedándonos en el último lugar. ¡Para colmo, no tenía forma de explicarle a la yegua (sin intención de ser despectiva), que mi hijo más chico tenía un temón con eso de querer ser primero en todo! Y su hermana que iba tercera en la fila al iniciar, ahora le llevaba todos los cuerpos de ventaja… larguísimo el viaje y pesadísimas las quejas constantes con esta Luna que no se quería mover.
En fin, todas estas anécdotas sirven para poder compartir al menos 2 cuestiones importantes:
- Que está muy bueno andar a caballo y si te animás, es una hermosa experiencia para hacer sola, con amigos o en familia. Con los cuidados adecuados y alguien que te enseñe, es muy lindo de experimentar.
- Invitarte a imaginar que un paseo por la vida es similar a un paseo a caballo para revisar dónde estás hoy y en función de eso, tratar de ayudarte a tomar las riendas para iniciar tu paseo, modificar la velocidad, disfrutar el paisaje, buscar nuevos recorridos y lo que sea que despierte esta analogía para poder transitar tus días a tu manera.
Tomar las riendas de nuestra vida es un aprendizaje. Nuestro caballo a veces está a rienda suelta. Andamos sin miedo, nos mandamos a correr sin pensar demasiado, sin conocer del todo nuestro caballo (cuerpo, espíritu y mente), confiando en nuestra capacidad de ir hacia donde queremos ir y sin importarnos demasiado el terreno en el que nos movemos.
Otras veces, nuestra vida es un poco más lenta, como Luna la yegua de la estancia, y aunque movamos las riendas y protestemos como mi hijo porque quisiéramos ir al ritmo de los que van más adelante, seguimos siempre al final de la fila. En esos casos, a veces, necesitamos ayuda de otras personas. No lo conté al relatar el paseo en la estancia pero para que Luna no se quedase parada definitivamente y siguiera avanzando, la guía se acercaba un par de veces y le daba unas palmaditas para que se mueva. A veces, necesitamos eso y quizá algún cambio de hábitos, alimentación o simplemente alguna motivación que no estamos encontrando para esforzarnos en agarrar ritmo. Probablemente nos cueste un poco más llegar a estar en el primer lugar si ese es nuestro objetivo, pero vamos a dar el paseo y a disfrutar el paisaje en cuerpo, mente y espíritu.
Pero más allá de la vida que a cada una “le toque”, hay algo que también es importante rescatar: así como los caballos que son animales fuertes y nobles requieren cuidados, amor y dedicación para poder llevarnos a cuestas; también nuestra vida lo requiere. Y nuestra vida es espíritu, mente y cuerpo. Podemos dar muchos paseos, podemos ver muchos paisajes, sortear muchos obstáculos, pero para hacerlo tenemos que tomar las riendas. ¿Y por qué deberíamos hacerlo? Simple, hacé este ejercicio. Imaginate que subís al primer caballo que te conté, a rienda suelta total sentada sobre un caballo que corre como un loco. ¿Qué pasaría? ¿Cuánto durarías sin pegarte un porrazo y romperte la espalda o la cabeza? Ahora, imagínate que te subís a Luna, la yegua de la estancia. ¿Qué pasaría? Probablemente con lo pancha que era no hubiera pasado nada. Pero nada de nada. Te quedarías dentro del establo hasta cansarte y finalmente bajarte. ¿Entendés por qué te digo que tenés que tomar las riendas? Porque si no lo hacés, si no te tomás el trabajo de entender cómo es tu caballo (tu vida) y descubrís cómo empezar a dirigir el paso… te va a dirigir a vos para donde se le cante.
- El jinete en tu vida es la conciencia que es la encargada de conocerte, de saber qué le hace bien a tu alma, a tu mente y a tu cuerpo. Ser consciente de quien sos, tu historia, tus capacidades y tus limitaciones (actuales pero no por eso eternas), tu potencial, las oportunidades que los paisajes de este mundo te presentan para elegir qué paseos tenés ganas de dar, no es opcional, es un deber. Porque como intenté compartir a través del video “Vida”, TU vida es TU tesoro más importante.
Bueno, habiendo llegado a este punto me imagino que la pregunta que surge es ¿¿¿Y cómo tomo las riendas???
Podés empezar haciéndote las siguientes preguntas para ir tomando conciencia:
- ¿Cómo fue mi vida hasta ahora? ¿Corrí demasiado? ¿Me quedé en el establo? ¿Caminé por todos lados sin rumbo? ¿Pasé por paisajes dificilísimos, me caí y me levanté ochocientas veces? ¿Fueron tan fuertes los golpes que decidí bajarme del caballo?
- Si pensás en cómo nutriste, cuidaste y amaste tu vida (mente, espíritu y alma). ¿Creés que le diste una buena alimentación y ejercicio físico a tu cuerpo? ¿Ejercitaste tu mente aprendiendo cosas nuevas? ¿Procuraste estar en contacto con tus creencias para desarrollar tu espíritu en su máxima expresión?
- Y si pensás en los paseos que querés hacer a futuro ¿Tenés ganas de subirte y tomar las riendas? ¿Te gustaría salir de paseo? ¿A qué ritmo? ¿Qué sentís que te falta para poder animarte? ¿Necesitás alguien que te enseñe a tomar las riendas, a manejar la velocidad, a pegarle una patadita a tu caballo para que se mueva? 😀
Si esto que compartí, resonó de alguna manera, seguí a @RedCrisalide en Instagram y escribime. En breve, voy a tener una propuesta para acercarte.
Lili